Avicena, cuyo nombre completo fue Abú ‘Alí al-Husayn ibn ‘Abd Alláh ibn al-Hasan ibn ‘Alí ibn Síná, nació en el mes de Safar del año 370 (980) y murió un viernes del mes de Ramadán en el año 428 (1037) con cincuenta y siete años de edad. Su padre, procedente de una tribu de Balj, y su madre, procedente de una localidad de Afsina, se instalaron en Bujárá y allí le tuvieron a él y a su hermano.
A los diez años, Avicena recibió enseñanzas sobre el Alcorán y materias de humanidades. Tras ser enviado a la casa de un vendedor de legumbres con amplio conocimiento en cálculo indio aprendió sobre aritmética, geometría y problemas. Posteriormente, con su maestro Isma‘il al-Záhid inició lecciones sobre jurisprudencia y teología. Mas fue con su maestro Abú ‘Abd Alláh al-Nátilí cuando empezó sus estudios en falsafa (filosofía) abordando las primeras cuestiones del Almagesto, y estudiando libros acerca del alma y obras aristotélicas. Su afán por la adquisición de conocimientos le llevó a realizar estudios sobre medicina que, siendo esto así, alcanzó un nivel extraordinario de conocimiento sobre dicha materia, e incluso para su época se le llegó a considerar un gran referente del saber medicinal. Surgió entonces una amistad entre éste y el gobernador de Bujárá, Núh ibn Mansúr al-Sámání, al conseguir curar su enfermedad tras numerosos intentos sin resultados de eminentes médicos para diagnosticar y curar dicha enfermedad. En la biblioteca del gobernador profundizó sus conocimientos mediante la lectura de autores griegos.
A la edad de veinte años, Avicena compone el Kitab al-Machmú’, que es una recopilación de saberes de todas las ciencias. Dos años después muere su padre y, tras el progresivo declive de la dinastía Sámání, decide marcharse de Bujárá para instalarse en Kurkánich, capital de Jawárizam gobernada por Abú ‘Alí ibn Má’mún ibn Muhammad. Tras un mes, comenzó sus numerosos viajes pasando por Nisá, Ibyawarad, Tús, Saqán, Saminqán, Yáchirm, Churchán y Dahistán. En esta última localidad Avicena cae enfermo y tras curarse retorna a la localidad de Churchán donde conoce a su más íntimo amigo Abú ‘Ubayd al-Chúzchání, que es jurisconsulto. En esta ciudad Avicena conoce también a Abú Muhammad al-Sírází, un mecenas dedicado a la filosofía y a la medicina que le compra una casa a Avicena junto a la suya. Tiempo después se trasladó a Rayy y allí estuvo al servicio de Machd al-Dawlat a quien también curó.
El emir Sams al-Dawlat le hizo llamar para curarle de un cólico. Tras esto, Avicena se puso a su servicio y fue nombrado visir. Sin embargo, tiempo después los soldados se sublevaron contra él y fue destituido de su cargo y encerrado. Una vez puesto en libertad, se ocultó en la casa del sayj Abú Sa’yd ibn Dujdúk durante cuarenta días. Tras ese tiempo, fue requerido nuevamente por Sams al-Dawlat por causa de otro cólico crónico, y una vez curado decidió otorgarle nuevamente el cargo de visirato. El emir, muerto, fue sucedido por Tách al-Dawlat, y Avicena fue encerrado por sus enemigos en la fortaleza de Firdachán, donde terminó de componer varias obras. Posteriormente, huyó con su amigo al-Chúzchání vestidos de sufíes y se refugiaron en Isbahán, donde reinaba ′Alá’ al-Dawlat Abú Ya’afar ibn Kákúyih.
A pesar de su dedicación a la medicina, Avicena apenas se preocupaba por su salud corporal, por lo que contrajo una disentería aguda, que, posteriormente, se le hizo crónica, y, seguidamente, se le originó una úlcera intestinal, acompañado todo esto de terribles cólicos. Su salud fue empeorando con el paso del tiempo y los fármacos le surtían cada vez menos efecto. En sus últimas notas de vida, Avicena se dedicó a la limpieza de su alma repartiendo todos sus bienes entre los pobres, arrepintiéndose de sus pecados, reparando los daños causados, manumitiendo a todos sus esclavos y, en sus tres últimos días de agonía, a dedicarse plenamente a Dios.
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