lunes, 23 de abril de 2018

El defensor de la paz, MARSILIO DE PADUA


Título original: Defensor pacis (1324)
Ed. Tecnos, 1989, Madrid. Traducción, estudio preliminar y notas de Luis Martínez Gómez


La obra El defensor de la paz de Marsilio de Padua, cuya redacción concluyó en Paris el 24 de junio de 1324, es una requisitoria que estaba dirigida al emperador Luis de Baviera para frenar la las injerencias del Papa dentro del ámbito político. Se escribe pues en una situación política de transición y de crisis, crisis en cuanto a la unidad religiosa y política de la cristiandad, en cuanto a la unidad cultural plena de saberes profanos, crisis en el ámbito humanístico… En fin, crisis entre los grandes pilares de poder del estado: el imperio y el papado. La crisis se sitúa principalmente en el intento de fusión de ambos poderes pues los límites de ambos se encuentran desordenados y, como consecuencia, surgen conflictos de interés. El territorio italiano queda escindido en dos bandos, los partidarios del Papa (güelfos) y los  partidarios del emperador (gibelinos).

  
Luis IV de Baviera
   El ofrecimiento de estas consideraciones teóricas por parte de Marsilio al emperador fue motivado por el “amor a la propagación de la sabiduría”, según describe el autor, “para la misericordia de los oprimidos, y para apartar la desviación del error a los opresores” [Parte I, cap. I, parágrafo 6]. Con ello, Marsilio brinda una instrucción al emperador para que actúe en contra de la usurpación de poder por parte del Papa, que es el causante del enfrentamiento entre los ciudadanos, y en parte de las guerras bélicas, con el fin de establecer la paz en el imperio. El propósito de Marsilio no es pues el de suprimir uno de los dos grandes poderes ni el de independizarlos, sino más bien armonizarlos y fundirlos en una unidad superior marcando y distinguiendo los límites de cada uno.


Estructura:

Esta obra se divide en tres partes: la primera consta de 19 capítulos,  la segunda de 30 capítulos, y la tercera, de tres capítulos. Estos tres últimos exponen básicamente los principales propósitos de la obra, concluyen ciertas cuestiones de los capítulos de la primera y segunda parte, y, finalmente, el último de todos ellos, tratará el motivo por el cual se le asignó el título de El defensor de la paz a la obra.

Papa Juan XXII


Primera parte

En esta primera parte, Marsilio se apoya en Aristóteles y de ese modo desarrolla el origen de la sociedad humana, su estructura y su culminación en el príncipe, el legislador y la ley. Distingue seis partes de la ciudad, tres principales, sacerdotal, militar y judicial, y tres inferiores, agricultura, artesanía y tesorería. Soberanía popular (aunque en cierta forma restrictiva): la función principal del pueblo es la determinación de la ley. A esto le sigue también la función de nombramiento del gobierno: atribución a una única cabeza la representación gubernamental. Marsilio apunta que no debe existir más de una cabeza de gobierno. De ahí deriva la pretensión de eliminar el poder papal del ámbito político.
   El gobernante no es el legislador, pues es la función que le corresponde al pueblo, sino el ejecutor de lo legislado. En función de los intereses a los que se enfocan, se distinguen dos tipos de gobierno: los templados, que buscan el bien común (monarquía real, aristocracia y república), y los viciados, que actúan para el beneficio propio (tiranía, oligarquía y democracia).


Segunda parte

La segunda parte aborda el tema político eclesiástico tomando referencias de las Escrituras, fuentes sagradas y autores cristianos. En este apartado, Marsilio rechaza todo poder coactivo por parte de la Iglesia pues ello conlleva a ir contra los mandatos de Cristo. Todo precepto religioso se mantiene en el ámbito espiritual. Por lo tanto, el emperador no es sólo la suprema y última instancia política, sino que lo es de todo aquello que presuponga decisiones de valor coactivo.
    En este apartado se aborda también la cuestión de la pobreza, concretamente en cuatro capítulos (XI-XIV). La humildad es una virtud que se alcanza por la pobreza. Según Marsilio, la riqueza lleva al poder, y los ricos no son humildes. Desde esta perspectiva, señala que la humildad ha de ser una virtud perseguida por todo sucesor en el oficio del apostolado o del sacerdocio.
   Otro de los temas que se aprecian es a propósito del concilio. Marsilio señala que únicamente el concilio general tiene la capacidad de decidir sobre cuestiones dudosas sobre la fe, la Escritura y todo rito y estatuto del mundo eclesiástico. El concilio es convocado por el legislador humano (fiel) cristiano, que es el gobernante o emperador con autoridad tácita o expresamente concedida por el propio legislador.

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